sábado, 3 de septiembre de 2011

Oliverio Girondo, Espantapájaros

No sé, me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias
o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz
que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso si!
-y en esto soy irreductible-
no les perdono,
bajo ningún pretexto,
que no sepan volar.
Si no saben volar
¡pierden el tiempo las que pretenden seducirme!
Esta fue -y no otra-
la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas
y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese,
volando, de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!...
y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio
planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando las estrellas!
¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer a una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos
una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay una diferencia sustancial
entre vivir con una vaca
o con una mujer que tenga las nalgas
a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos,
soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.

Carlos Rúa

Hace unos días que temo no saber a que he venido si a enfrentarme a golpes con la tristeza o a meter mi soledad en una nube para dejar que la lluvia se encargue de tu ausencia.

Alejandra Pizarnik - Escrito con un nictógrafo


El escriba ha desaparecido

Señaló el sitio vacío

donde los muertos se diviertenAñadir imagen

La noche penetrando

y el glande inflado de tinta, penetrando

hacen el mismo ruido

que la muerte penetrando

Asisto a su duración en lo instantáneo

SILENCIO DESORBITADO

su fiesta en lo opaco, en lo pleno, en lo plano

la atención lleva un blanco en la frente

lleva una capa de lirones

despiertos

es la época en que la muerte entra muda

Mudo mi cuerpo

Yo me impongo en tu muerte

Yo me guarezco tu muda

tiempo de atenuación

tiempo de purificación

tiempo de lluvias constantes

lo insensible vibra

lo insensible soporta la noche

brota flores en mitad de la noche

en mitad de la página

sobre la panza de la muerte

la orfandad lleva un blanco en la frente

E L P O E M A S E A B R E

esa es tu fuerza

la orfandad es fascinada comandada

Subida a la barca invadida y hundida de muertos

Yo en la prosa de tu libro

En el barco de los muertos

Entre volúmenes huecos mi cuerpo grafía

a otro páramo

descargando letras huesos huecos

El poema se abre

Esa es tu fuerza

El poema toma contacto

Se desliza con brazos extendidos

por las dos orillas

esa es tu fuerza

Me hablabas de una trampa del lenguaje

el poema se abre

SALTAN TUS MUERTOS

C L O W N S

D A N Z A S

interferencia de danzas

palimpsesto de danzas

en lo oscuro

la oscuridad polarizada

Y danzas

Como las danzas de las abejas invariables

te atraen con sus movimientos mociosos

para extenuar un lugar

para desocultar otro lugar

para fingir invadir para informar

DANZAS

vos estás dictás dilectismos

espacios acopiados sismos

estos muertos son míos

(señalando las palabras)

estos muertos son míos.

martes, 24 de junio de 2008

Entrevista a Leopoldo María Panero


Leopoldo María Panero (Madrid, 1948), hijo de Leopoldo Panero y Felicidad Blanc. Precoz y maldito. A la edad de cinco años sorprendía a Dámaso Alonso con sus composiciones poéticas. En los ’60 debió ser internado varias veces en hospitales psiquiátricos, por excesos de drogas e intentos de suicidio. Más tarde diría: “Me autodestruyo para saber que soy yo y no todos los demás”. Pertenece, en España, a la generación del ’70, donde figuran autores como Pere Gimferrer, Manuel Vázquez Montalbán, José Miguel Ullán y Félix de Azúa, entre otros. En 2001 la Editorial Visor de España publicó su Poesía Completa 1970 –2000, bajo la edición de Túa Blesa. El año recién pasado dio a conocer Esquizofrénicas o la balada de la lámpara azul, con el sello de poesía Hiperión, Madrid, España.

Panero tiene más de 14 libros de poemas publicados, algunos ensayos, traducciones y relatos. El año pasado estuvo en Chile a raíz del encuentro Factor Poesía, organizado por la Universidad Finis Terrae. Por indicación médica, no puede viajar solo y por ello en dicha travesía lo acompañó el poeta chileno Bruno Montané. Aquí compartió con jóvenes admiradores, e incluso fue a Las Cruces y estuvo con Nicanor Parra. Al preguntarle por la poesía nacional, dice: “Me gusta más Góngora que Neruda”; pero casi de inmediato recuerda dos versos del poema de Residencia en la tierra, “Tango del viudo”: “Y oírte orinar, al fondo de la casa, / como vertiendo miel delgada, trémula, argentina, obstinada”.

Es Panero, quien no solo recita a Pablo Neruda sino que también poemas completos de Stéphane Mallarmé, Ezra Pound, Francois Villon, Gerard de Nerval o Charles Baudelaire. Dice que es la reencarnación de este último. Su vida ha sido un peregrinar por distintas clínicas de alienados. Algo de eso conversamos, en una tranquila mañana de fines de noviembre. No es fácil entrevistarlo, por el alto nivel de sedación a que está sometido. Con todo, tiene permanentes fogonazos de lucidez. Fuma como un condenado a muerte y se declara dipsómano como Edgar Allan Poe. Para muchos es el mejor poeta vivo de España. Sin embargo, no es ampliamente leído por las nuevas generaciones. Él mismo reconoce: “Nunca ha ido un poeta joven a visitarme al manicomio de Las Palmas. Desconozco lo que escriben”. A la hora de partir tuvo nostalgia por Chile. Aquí se plasman algunas de sus inquietudes.

- ¿Quién es Leopoldo María Panero?
- No sé. Me conozco a mí mismo y me parezco a Francis Scott Fitzgerald; eso es todo. Cuando nadie puede hablar de su vida, saber quién es, la existencia sencillamente se hace infructuosa.

- ¿Cuándo fue la primera vez que estuviste internado en una clínica psiquiátrica?
- En Barcelona, por un intento de suicidio que tuve. Allí leí el libro de un psiquiatra católico, un tal Baruch. Fue el primero que abogó en contra de la aplicación del electroshock. Hablaba en pro de un apoyo moral al enfermo, en lugar de tanto rollo con el psicoanálisis. Y como decía Eurípides: “La idea es perderse, si no te vuelven loco”.

- Tú dijiste que las clínicas psiquiátricas son sistemas carcelarios, porque al paciente lo estarían interrogando constantemente…
- Está “en el eterno derecho de la no posible apelación”, como diría Foucault. Los psiquiatras son como los detectives. Su interrogatorio utiliza las mismas técnicas que el policial; el psiquiatra piensa, infaliblemente, que su víctima miente.

- ¿Qué piensas de la esquizofrenia?
- El rechinar de la mandíbula del llamado esquizofrénico –como lo señalé en el prólogo a mi libro de poemas Teoría del miedo, el año 2001– y su risa inexplicable son actos ‘canibálicos’ como el poema quisiera ser: un acto ‘canibálico’; un intervalo en la desesperación, como un porro que suspende la vida.

Todo sobre el pecado

- En 1992 publicaste el poemario Piedra negra o del temblar. Allí hay un poema titulado Yo, Francois Villon, que es una adaptación del texto escrito por el bardo francés del siglo XVI. ¿Lo recuerdas?
- Recuerdo parte del texto: “Yo, Francois Villon, a los cincuenta y un años / gordo y corpulento, de labios color ceniza / y mejillas que el vino amoratara, / a una cuerda ahorcado / lo sé todo acerca del pecado”. En España es el poema más sacrílego de todos los tiempos. Hay que ser el anticristo y el demonio para que no se lo carguen a uno en ese país de nazis.

- ¿Crees en la inspiración o en la matemática del verso?
- Creo en la matemática del verso. Esto me recuerda las siguientes líneas de Mallarmé: “Porque yo instalo con la ciencia / el himno de los coros espirituales”. Entonces, la literatura es un trabajo y se nutre de la lectura, no de la inspiración. Yo escribo poesía técnicamente. Aquí va un ejemplo: “Soy un excremento de tus pies corocos y tal…”. En fin, el poema es la prueba de mi existencia.

- ¿Qué estás escribiendo ahora?
Un libro con Félix Caballero; un cadáver exquisito.

- ¿Qué poetas españoles de tu generación te gustan?
- Félix de Azúa, Antonio Colinas y Pere Gimferrer. Luis Antonio de Villena junto a Eduardo Calvo, Luis Alberto Cuenca y Ramón Mayrata fueron las caras visibles de El espejo del amor y la muerte (1971), antología compilada por Antonio Prieto y prologada por Vicente Aleixandre. Ese volumen no es más que un espejo bizarro de los Nueve novísimos (1970), de José María Castellet. En la recopilación de 1971 está Villena. Él no me gusta porque es el Pere Gimferrer bizarro. Además, criticó duramente mi último libro, centrándose en la persona y no en el poema. Sin embargo, debo reconocer que hace tiempo que no leo a mis contemporáneos.

- En una entrevista que concediste a Babelia, suplemento del diario El País, en el año 2001, dijiste: “Estoy harto de ser Leopoldo María Panero”. ¿Por qué?
- Es verdad. Estoy de mí hasta el puto culo. Está escrito que voy a suicidarme algún día, pero no por ahora. Richard Castell escribió en su “Oda al psiquiátrico”: “Hay que interrogarse como en un secuestro de alienados”.

- ¿Qué es la muerte para ti?
Un estado de conciencia. Cuando murió mi madre la traté de resucitar con respiración boca a boca, que es una resurrección hindú. Fue muy doloroso.

- ¿Qué nos puedes decir de tu padre?
Mi madre decía que si se hubiera enterado de que yo era miembro del partido revolucionario trotskista y además marica, me habría echado de la casa. Leopoldo Panero murió cuando yo tenía 14 años. Recuerdo parte de su epitafio: “Amó mucho / y bebió mucho y ahora, / vendados sus ojos, / espera la resurrección de la carne / aquí, bajo esta piedra”.

- ¿Qué recuerdos te llevas de Chile?
La vida de Panero y los muchos amigos que he hecho aquí. Es la primera vez que cruzo el charco.

- ¿Te gustaría recibir el Premio Nobel de Literatura?
Por poco lo recibo este año. Siempre lo estoy esperando, como Jorge Luis Borges. Cuando lo gane, iré a Estocolmo y de ahí a París, a emborracharme al Café Flore donde se embriagaba Oscar Wilde.

Por Francisco Véjar
En Rocinante, N°84, Octubre 2005.

domingo, 22 de junio de 2008

Marcas, por Juan Gelman


La del vestido blanco era una tarde unas tetas el mundo
torpemente atacado por cuartos altos grises
jugando a hombre y a mujer ya tan temprano
los niños preparaban los actos de la noche esas tetas
de inclinada a su mujer con alarmas entregas con rumores
de la pasión bajo su miedo y un falo que indicaba las leyes del varón
tetas dulcísimas o dadas
donde sonaba un piano un espectáculo redondo en su mudez
piano de leche abierta a los terrores de códigos violados
dos niños como un ciego
procuraban sus límites inciertos sus piedras sus fronteras
creaban la tristeza la magnífica que viene del amor
la gran clausura la delicia
carne como una inmensidad
y un silencio de sangre su oleaje contra el tímpano
la ajenidad del mundo
las tías que invitaban a comer

sábado, 21 de junio de 2008

Carta, un poema de María Marta Smokvina

Malena Muyala, "Puro verso" y "Temas pendientes"


Escuchar a Malena Muyala es tomar conciencia de que el tango ya no admite clichés. Malena te conmueve, te desarma, hace que el tango le llegue hasta el último analfabeto en materia de 2x4. Conocé a Malena Muyala, enterate de quién se trata, te ponemos a disposición sus dos discos, para que los escuches y vayas, en cuanto puedas, a comprarlo. Si te cabía alguna duda de que Muyala es tango...sí, claro...si se llama Malena!...

En el año 1991 gana el Primer Certamen Nacional de Tango del Uruguay, entre 350 participantes de todo el país, y desde allí se presenta en numerosos Festivales y eventos entre los que se destacan el 5to Festival de Tango en el Teatro Solís, previo a la presentación del Maestro Osvaldo Pugliese, Primer Festival uruguayo en Atenas, Grecia, 3era Cumbre Mundial del Tango, 7mo Festival de Tango de Granada, España, VI y IX Festival de Tango de Buenos Aires, XVII Festival de Tango de La Falda en Córdoba, Argentina, “Homenaje a Carlos Gardel” en la ciudad de Caracas, Venezuela, dos años consecutivos en el “Festival de Jazz de Lapataia de Punta del Este”, etc.

Cuenta con dos discos editados en Uruguay, “Temas pendientes” (1998) y “Puro verso” (2000), ambos distinguidos por la Cámara Uruguaya del Disco con “Disco de Oro” por su volumen de ventas. Es así la primera intérprete del género en recibir esta distinción.

Fue la primera mujer en la música uruguaya en recibir la distinción de “Mujer del Año” y “Joven Sobresaliente”.
También recibió dos premios “Iris”, distinción otorgada por el diario “El País” a los artistas destacados .

Es madrina de los proyectos “Esperando salir”, disco grabado con composiciones de los menores del INAU y “La vida bienvenida” de la Fundación Alvarez Caldeyro Barcia.

Ha tenido participación en discos de Jaime Roos, tributo a Jorginho Gularte y “Bajo fondo Tango Club” ganador del premio Grammy latino 2003 en género pop.

Desde hace tres años realiza la Gira “Música de Sol a Sol” que recorre los balnearios uruguayos con apoyo de empresas nacionales y es artista invitada a participar de los eventos realizados por los Ministerios de Turismo, Educación y Cultura e Intendencias municipales.

Dedica gran parte del año 2006, en el cual es considerada artista del año por la Fundación Itaú, a la grabación de su tercer trabajo discográfico, "Viajera". El mismo, grabado en Uruguay y mezclado y masterizado en Argentina, fue recientemente editado por Los Años Luz de Argentina y Bizarro Records de Uruguay.

Durante toda su carrera ha realizado numerosas presentaciones y ciclos musicales tanto en su país como en el exterior.




Escuchá "Puro Verso" y "Temas Pendientes" (Click). Si te gustan, compralos.


viernes, 22 de febrero de 2008

Manola, un cuento de María Marta Smokvina


Manola

(Sobre el retrato de Manola Puntillista de Pablo Picasso, 1917)

La vi, impecablemente de rojo en un tablao de Sevilla, en el barrio Los Naranjos.

La coronaba, era una reina, un peinetón negro trabajado en oro y una mantilla casi invisible que llegaba a su cintura.

El cabello negro, negrísimo, robado a la noche se enredaba en su nuca tentadora.

No podía dejar de reflejarme en esos ojos azabaches profundo. Grandes, tristes, opacos, secos de quizás tanta lágrima.

Después su cuerpo: tormenta, moros, desiertos, gitanos toros, flores, fruta fresca, lunas, soles… todo entre sus brazos fuertes, entre sus huesudas manos escondidas en pulcros guantes blancos. Todo entre sus ropas de gala, impecablemente rojas en un tablao de Sevilla, en el barrio Los Naranjos

Cuando le pregunté quién era, me respondió “una malnacida” y escupió uno a uno retazos de su vida, con profunda pena y sin lágrimas.

Nació con la marca de los que crean y en un mundo de gitanos no fue bien visto. Que baile; sí, que sea la mujer más bella de los tablaos, sí; que sea el adorno del Torero que mata y muere en la arena; sí, que sea la tentación con pollera de zapateos y castañuelas; si. Pero no crear con palabras. Y Manola lo hacía. Por eso era la malnacida.

Aquello de no ser quien era le secó las lágrimas, le robó sonrisas, la invadió de emociones. Y fue la mejor bailaora, tentación en polleras y adorno del Torero que mata y muere en la arena. Pero no dejó de ser poeta. Ni aún cuando él la dejó en definitiva porque no la amaba.

Había conocido al poeta en una taberna y lo amó desde siempre en horas robadas a sus mundos. Como amó los caminos que recorrieron, sus pinturas, sus tejidos escritos, y sus pasionales días con sus tormentosas noches. Y anduvo de su mano los senderos rojos de España. Y volvió por los caminos verdes de los sueños, Y se durmió en los caminos de una ternura simulada, olvidando quiénes eran: él el poeta de exquisito mundo, ella la gitana malnacida.

Una noche la dejó. No más caminos, ni sueños. La dejó por tanto y por nada Manola vació su mundo y se entregó dando su mejor obra a aquel que la abandonaba.

Así se desnudó ante mí: rebelde, orgullosa, inmensamente triste, secamente sola. Hermosa, distante. No miraba a los ojos a este desconocido que le preguntaba quién era, maletín brilloso de médico recién recibido en mano. Tampoco lo hacía el torero que mata y muere en la arena.

Con un gesto helado la envolvió en su mantón para mezclarla con sus tragos madrugadores. Aquella noche, Manola me había hablado en penumbras mientras dibujaba sobre la mesa gastada algunos versos que la ataran a la vida. La misma que se escaparía esa noche sin aviso ni retorno.

Verano en Sevilla, Noche. Una insolente luna entra por las endijas de la ventana. Una guitarra acaricia mis ojos. Plateada, pesada la brisa roba mi calma.

Veo a Manola en chispazos. También al torero que mata y muere en la arena y al poeta sin alma. Manola me inquieta en vientos, en olas que suben hasta mi garganta, desde mi boca que la desea a mi corazón que la nombra.

Cada atardecer que volví al tablao me la topé… sin brillo ni risa, sin emoción, deliciosamente dulce.

Cada madrugada que compartí con ella la vi morir con el gesto helado del Torero llevándola en sus brazos con aliento de vino en bota. Cada noche soñé con su voz espinosa, con su piel aceitunada de perfume invitador y alma seca.

¿Quién sabe de Manola? Disparé en el tablao a todo el que se me cruzaba, lo mismo que todas las lunas que se sucedieron a esa primera.

En la mesa gastada me senté con su carta en la mano. Contemplé largo rato el sobre que me dieron como única respuesta. Letra redonda, fuerte, con pocos sorbos de vida dictándola.

La extrañaba como se extraña al confidente a la hora del secreto, el amante a la hora de las estrellas, al pan en la hora del hogar. Y si no lloré era por hombre, aunque me invadía el más viril de los sentires: el necesitarla.

Tiré la carta para que no siguiera castigándome y busqué el aire salvador de penas en la calle, salvador también del Usted que la encabezaba.

Usted:

Hoy mataré o seguiré muriendo. Y necesitaba escribirlo con tinta, grabarlo en el papel.

Usted será mi testigo, mi llave secreta, mi santo sudario, mi confesor, mi único amigo. Guarda usted mucho más de lo que yo misma atrevo a confesarme y le debo el reencuentro con el escribir que me desangra.

Hoy mataré o seguiré muriendo, que es el mismo camino pero en orillas opuestas. Por eso cuando hoy el reloj de la Gran Torre dé las once, clavaré un puñal en el hombre que me arrastra cada noche. Me cobraré penurias, arrebatos, dolores, ausencias, traiciones, marcas de alma y cuerpo que llevo como trofeos triunfales. Quiero que lo sepa. Lo mataré por él poeta a quién no me atrevo por amarlo.

Si no vuelvo, vaya a Madrid y entregue este sobre que le dejo, Lo recibirán unas manos blancas muy mías muy en lejanas noches, detrás de unas rejas negras en una casa perfumada de azahares donde entré pasiones a escondidas, en cuyas habitaciones corretea un destello maravilloso de mi vientre.

Hoy mataré o seguiré muriendo.

Brinde por mí esta noche, o eleve una oración. Me hará falta.

Manola

Nunca más volví a verla. Por eso creo que en el nunca, por la insistencia de su ausencia. Alguien me dijo que la encerraron en una prisión de Cádiz por la muerte de aquel hombre. Me hablaron también que había matado al Torero más famoso de Sevilla con palabras filosas y bruja reservadas a gitanas malnacidas como ella. Por eso no había más prueba que manchas de sangre en su vestido impecablemente rojo. Ni cuerpo ni arma que la inculparan. Escuché también de su destino en un hospicio perdido en Sierra Nevada. La busqué sin respuestas. Necesitaba anclarme a Manola.

Entonces marché a Madrid, busqué la dirección y llamé a la puerta con el sobre de letra fuerte con pocos sorbos de vida dictándola. No levanté la vista, la fijé en esos dedos fríos manchados con letras. Mediaron pocas palabras y sin más me fui.

En el último tramo del patio que me separaba de la calle agitada, una pelota me golpeó. Detrás de ella lo descubrí; aceituna su piel, risa y atrevimiento corriendo en busca de su juguete. Sentí la extraña presencia de Manola en ese niño hecho de viento y de sol.

Pasaron años. Salvé vidas. Muchas a cambio de aquella. Juré pocos amores… en realidad mentía pues ya tenía uno. Lloré, pero siempre a solas. Luché. Temí en silencio. Envejecí. Me cansé de vivir. Y siempre recordé a Manola. Siempre recordé al poeta de dedos manchados de letras que en este tiempo escribió versos, publicó libros, ganó premios. Y al moreno niño que corría en la tarde de Madrid detrás de la pelota mientras lo llamaban “hijo” desde las rejas negras perfumadas de azahares en aquella casa. El mismo que hoy escucho en colmados conciertos como el mejor guitarrista que ha dado España.

¿Qué fue de Manola? Nadie lo supo, Fue librada a su suerte. Suficiente castigo para la que había dado muerte sin arma ni cuerpo al Torero más famoso de Sevilla.

Alguna vez creí verla vendiendo manteles en Plaza España, o repartiendo olivos en la mezquita de Córdoba. Muchas veces la vi perdida entre los llantos no llorados a tiempo, en palabras no dichas, en caricias no dadas.

Ya tengo casi noventa años. Una sonrisa tibia se me escapa mientras pienso en su belleza lunar que me regaló a suspiros antes de marcharse. Marcharse por tanto y por nada, como lo había hecho el poeta sin alma.

Hoy es día de fiesta en Málaga. Málaga de julio, engalanada y bulliciosa. Veo a mi nieta acorazada en su traje rojo manola y escucho la canción que baila. La guitarra que suena habla de un niño moreno, del Torero desangrado, de un tablao en Sevilla en el barrio Los Naranjos, de una Gitana que busca a la maja muerte. Reconozco a esa guitarra como siempre, como en cada teatro del mundo donde hable. Y le pedí perdón llorando.

Lloré por cada noche que busqué su cuerpo pegado al mío, jóvenes como entonces. Lloré por la lealtad de la gitana que vuelve a mi amargo ocre mientras miro a mi nieta. Recuerdo en fogonazos.

La noche de la carta salí del tablao hacia lo del Torero más famoso de Sevilla. Como furiosa tropilla entré y maté yo mismo su hermosura, su esculpido cuerpo de crueldad. Manola desnuda, llorando cada golpe recibido esa y otras tantas veces, lo tapó con su traje confundiéndose los rojos en un solo espeso y aterrador. Era mal signo, era la muerte.

Supe que la amaba, por eso lo maté, por cada golpe que la mantilla ocultaba, por cada herida que su noche de pelo guardaba, por cada ultraje que silenciaba y de los que había sido testigo ausente.

La besé en silencio como un juramento, sin soltar el puñal salvador y condenatorio al mismo tiempo.

Me deshice del cuerpo con la complicidad del Guadalquivir y su sombra.

No sentí en el rostro desencajado de Manola el “hasta nunca” que me dedicaba, ni la lealtad de su inculparse para salvarme, ni la congoja de la madre que había sido y que yo recién descubría lejos de ella, sin poder abrazarla.

Nadie escuchó mi confesión… ¿un médico matar al Torero?... -¡No! Fue la Manola, por malnacida y desalmada. De ahí su condena y mi cruz.

A duras penas me pongo de pie sostenido por la columna vertebral de madera que uso de bastón, confesor y recuerdo. Acaricio el puñal fundido que adorna sus entrañas y secretamente me devuelve la memoria, quizás en compensación por el cuerpo que el Guadalquivir jamás devolviera.

Grito Ole a mi nieta que taconea y en susurros rezo un Ole por Manola suplicándole una muerte salvadora para mi alma.

Arrojo un clavel rojo a la arena de esta corrida y beso otro para una gitana divinamente malnacida y eternamente amada.

lunes, 18 de febrero de 2008

ONCE DE SEPTIEMBRE, Cristina Peri Rossi



El once de septiembre del dos mil uno
mientras las Torres Gemelas caían,
yo estaba haciendo el amor.
El once de septiembre del año dos mil uno
a las tres de la tarde, hora de España,
un avión se estrellaba en Nueva York,
y yo gozaba haciendo el amor.
Los agoreros hablaban del fin de una civilización
pero yo hacía el amor.
Los apocalípticos pronosticaban la guerra santa,
pero yo fornicaba hasta morir
–si hay que morir, que sea de exaltación–.
El once de septiembre del año dos mil uno
un segundo avión se precipitó sobre Nueva York
en el momento justo en que yo caía sobre ti
como un cuerpo lanzado desde el espacio
me precipitaba sobre tus nalgas
nadaba entre tus zumos
aterrizaba en tus entrañas
y vísceras cualesquiera.
Y mientras otro avión volaba sobre Washington
con propósitos siniestros
yo hacía el amor en tierra
–cuatro de la tarde, hora de España–
devoraba tus pechos tu pubis tus flancos
hurí que la vida me ha concedido
sin necesidad de matar a nadie.
Nos amábamos tierna apasionadamente
en el Edén de la cama
–territorio sin banderas, sin fronteras,
sin límites, geografía de sueños,
isla robada a la cotidianidad, a los mapas
al patriarcado y a los derechos hereditarios–
sin escuchar la radio
ni el televisor
sin oír a los vecinos
escuchando sólo nuestros ayes
pero habíamos olvidado apagar el móvil
ese apéndice ortopédico.
Cuando sonó, alguien me dijo: Nueva York se cae
ha comenzado la guerra santa
y yo, babeante de tus zumos interiores
no le hice el menor caso,
desconecté el móvil
miles de muertos, alcancé a oír,
pero yo estaba bien viva,
muy viva fornicando.
“¿Qué ha sido?”, preguntaste,
los senos colgando como ubres hinchadas.
“Creo que Nueva York se hunde”, murmuré,
comiéndome tu lóbulo derecho.
“Es una pena”, contestaste
mientras me chupabas succionabas
mis labios inferiores.
Y no encendimos el televisor
ni la radio el resto del día,
de modo que no tendremos nada que contar
a nuestros descendientes
cuando nos pregunten
qué estábamos haciendo
el once de septiembre del año dos mil uno,
cuando las Torres Gemelas se derrumbaron sobre Nueva York.

Bienvenidos


Este blog ha nacido con la idea de recuperar el sentido quizás mas olvidado y sepultado en esta era globalizada y serial que hemos concebido: la sensibilidad. Arte, literatura, movimiento social, erotismo, música y todo lo que ayude a llevar adelante esta vida a la que necesitamos reestablecerle la pasión perdida.